El cuerpo quedó tendido en el piso, pero no había sábanas; había canto rodado. Ella yacía boca abajo, sobre su mejilla izquierda, como si le diera la espalda; tenía sangre en el pelo. Ariel la miraba de pié, dejando escapar el humo de su cigarrillo con la mirada perdida en su cuello, pero no había amor; había un cuchillo en su mano izquierda. La escena se repetía como casi todas las noches, fue un escenario distinto en la realidad pero tuvo todos los colores que había visto en su mente: el negro de la penumbra, el rojo de su sangre, el blanco centellante de la Luna.

Quería bailar con su alma antes de que se vaya. Ariel vió sus propios defectos reflejados en ella cada vez que se lastimaban el uno al otro hasta que una noche, el odio acumulado de convertirse en lo que aborrecía se consolidó en un fantasma que le sostenía la mirada. La vió la noche anterior: era eso que él no encontraba en ella, la antítesis que la completaba. Ya hacía tiempo que la mataba todas las noches en su mente como el ejercicio de su propio suicidio pero entonces, cuando terminaba de enterrar el cuchillo, el fantasma aparecía bailando sola, al ritmo de la canción que susurraba el corazón detenido. Giraba a su alrededor, lo ignoraba. Le tendió la mano: — ¿bailamos?.

La mató y esperó que el fantasma danzara a su alrededor. Esperó. Se agachó y le corrió de la frente el pelo apelmazado al cadaver mentiroso, — ja, realizada como la cáscara vacía que criaron tus padres pensó y vió su cuerpo de pié en el reflejo de esos ojos muertos: el fantasma estaba detrás de él y él al lado de ella.

Bailaron. Los fantasmas, cuando te acompañan, son silenciosos. La música está en tus propios oídos y que suene fuerte depende de tu locura. — ¿Qué vas a hacer para llevarme con vos? le preguntó sin esperar demasiado y el fantasma corrió su pelo negro de noche, de oscuridad, y esperó un momento para verlo con los ojos donde se reflejaba su alma, delineados para marcar el camino que su destino iba a tomar.

La Luna se derramó sobre la punta del cuchillo que lo atravesaba; su sangre sí estaba caliente. Era un adolescente autodestructivo desde que tenía 5 años y no podía faltar a su naturaleza: sintió amor cuando su corazón dejó de latir.