Del otro lado de las ruinas
Viajé a Epecuén en Junio, no hace mucho. Fui a conocer las ruinas de la ciudad que fue arrasada por las aguas, gente irresponsable y otros elementos. Un espectáculo impresionante, jugar a ser exploradores en un lugar donde las personas existían, pero ya no más.
Al tercer día fui a ver las ruinas. Ya no me impactaba tanto el deterioro general de las estructuras, entonces no era para mí la curiosidad del lugar, sino empezar a distinguir levemente el rastro de la vida cotidiana. Y de repente me detuve a ver un cartel que indicaba un apellido y fechas; en algunos casos, eran montículos irreconocibles de algo, una casa quizás.
¿Por qué esta gente insiste en no soltar? ¿Sienten que algo de todo ésto aún les pertenece? Me dió miedo verme reflejado en esos actos tan instintivos, impulsivos, sin sentido… una mano que se estira para aferrarse y no olvidar.
Me preguntaba entonces si vine a ver o vine a buscar. ¿Cuál es la pregunta? Porque respuestas habían y a montones.
La ilusión de la eterna existencia hasta que la muerte te sorprende.
Qué queda de nosotros cuando ya no estemos.
Mi hogar también fue arrasado. No pude evitar encontrar la analogía: eso que era, ya no lo es más. Ruinas. El agua que vino a cubrirlo todo fuimos nosotros mismos, nuestro propio desastre natural y nuestros políticos inútiles.
Y sin embargo, pienso, todos estamos vivos.
¿No?
Más vivos que nunca y sintiendo cada bocanada de aire frío que entra en mi cuerpo. A diferencia del pasado, ese sentimiento existe lleno de significados en bruto, oculto en la piedra para ser pulido. Lo que sucede me atraviesa tan profundo y permanente. Más allá del dolor, también es un combustible.
Desde que comenzó el movimiento de inflexión no dejé de sentir que había más vida en el futuro, la promesa de un mundo mejor.
O al menos, nuevo.
Todo se puede levantar desde los cimientos otra vez. No quiero dejar carteles donde ya no queda nada para mí. Ya lo hice antes, se a dónde llevan esas huellas en el barro.
Se pierden en la distancia.
Pero el silencio y el tiempo muerto pueden llenar habitaciones enteras. Es difícil construir algo nuevo con el corazón latiendo tan lento.
Comí, bebí, fumé en mi soledad. Hice mis necesidades. Quise trasgredir los rincones de la casa. Lo quise y lo hice… Pero al final, en la noche, duermo en la habitación de mis hijos porque la mía está vacía de recuerdos. Y de repente, sin terminar de tragar saliva por el golpe, me topé con otras ausencias más terrenales: el afecto que había en las cosas que ya no están y de las que están y ya no tienen propósito.
¿Qué de todo ésto es un reflejo de mí?
No quiero ser alguien la mitad del tiempo. Así que voy a mirar por el hueco que se abrió en eso que era tan sólido, a descubrir lo que haya del otro lado.
“I remember running to the sea
The burning houses and the trees
I remember running to the sea
Alone and blinded by the fear”