Esta historia comienza en “El mensaje - Parte I”.
Ahora escribo en papel. Me costó mucho conseguirlo, pero pasaré a eso más adelante. Mis recuerdos del primer día son borrosos; lo que recuerde lo dejaré aquí tal como vuelva a mi mente.
La luz era incandescente y me quemaba los ojos. El ruido era ensordecedor; el murmullo de las máquinas, constante y lejano, fue reemplazado por otro salvaje. El aire se movía en varias direcciones y no venía de un punto en la pared… Era viento.
Necesité varios minutos para acostumbrarme y poder abrir los ojos. Selva. Veía árboles, hierba en el suelo y el cielo azul. Era igual a los folletos que entregaban en Marte sobre cómo luciría el planeta luego de los proyectos de terraformación.
Parece que soy uno más de los que desapareció y en realidad no desaparecí sino que viajé en el tiempo. Al futuro ya que la transformación del planeta en habitable iba a tardar 1.000 años, así que voy a fijar la fecha en ese valor.
Escucho los sonidos de una urbe no muy lejos. Tendré que tener cuidado, espero que la civilización haya hecho su trabajo y no sean peligrosos.
Fin de la bitácora.
Estoy viviendo en una choza junto a mi odiable vecino y otros 10 más. Algunos llegaron hace años, otros unos días antes que yo. Hoy llegó otro y tuvimos que hacerle espacio, algo de lo que nos estamos quedando cortos.
Pude hablar con algunos de los primeros de manera muy breve, porque se la pasan negociando con los nativos del lugar: humanos, que se han adaptado a alguna catástrofe del pasado porque no tienen registros de los colonos o transportadores. Sí saben de la Tierra, pero no quieren tener ningún contacto con ella. Dicen que es muy peligroso aunque nadie entiende por qué.
Cada uno tiene su tarea en la choza, pero es bastante aburrido: hay recursos en abundancia como agua, aire, verduras. La gente no nos tiene miedo pero mantienen su distancia. Me molesta, a mí y a varios otros; hemos estados hablando que necesitamos comunicarnos con la Tierra o Marte de alguna forma, con o sin el consentimiento de esta gente.
Fin de la bitácora.
Un transmisor, es todo lo que necesitamos. Y todo lo que tenemos, también. Algunos objetos fueron enviados con las personas que llegaron aquí, pero se dañaron. Sólo tenemos la antena de un transportador local y no podrá llevar a ninguno a ningún lado, pero sí enviar un mensaje de ayuda. ¡Que alguien venga a buscarnos, maldita sea!
Fin de la bitácora.
No podemos salir durante el día, pero sí en la noche. Hace 10 días que estamos huyendo de los nativos. Pudimos enviar el mensaje y algo pasó, no muy seguro cómo, pero una tormenta eléctrica de terribles proporciones apareció de la nada sobre la ciudad y de no tuvieron dudas de que teníamos algo que ver. El transmisor explotó y ya no podíamos callarnos más; tuvimos que hacernos camino a golpes de puño para escapar de estos locos. ¿Qué pretendían que hiciéramos? ¿Que nos quedáramos cruzados de brazos? Si no hacíamos algo pronto iba a tirarme al río y ahogarme con una sonrisa.
La brújula se está volviendo loca. Cuando nos alejamos en medio de la tormenta nos dirigíamos al norte pero la aguja ahora no deja de dar vueltas, alocada. No se qué habrá sido de los otros; sólo 10 pudimos escapar.
Fin de la bitácora.
Cada vez estoy más convencido de que sí tuvimos algo que ver con la tormenta. El clima pasa de la lluvia al calor al frío sin pausa y vuelve a empezar. Todos los árboles se pusieron amarillos, enfermos. Las plantas se marchitaron y cada vez se hace más difícil respirar. Cuando salimos de la cueva donde estamos escondidos durante la noche, la aurora boreal ilumina todo el continente… Aunque es un espectáculo hermoso algo dentro nuestro nos dice que es un mal augurio.
Fin de la bitácora.
La muerte viene por la noche. Hoy sacamos 2 cuerpos y ayer otro más. Ya sólo quedamos 4 y el mundo parece estar yéndose a la mierda con nosotros en él.
La brújula no se mueve más. Parece ser que el campo magnético desapareció y con él las auroras boreales. La estela del aire arrastrado por el viento solar no es tan impactante por las noches, pero el calor… El calor nos está quemando por dentro.
Creo que ya tengo una idea de lo que está pasando.
Fin de la bitácora.
No hay comida. Casi no hay agua. No podemos salir por el calor. Si alguien quedó en la ciudad, realmente espero que haya muerto rápido y no pase lo que estamos pasando. Creo que otro de los nuestros acaba de morir.
Tengo pocas fuerzas incluso para respirar. Con mi antiguo vecino tenemos planeado volver a la ciudad y esta noche nos vamos. Nada nos detiene acá que nos ayude en algo.
Nunca miré las estrellas por interés, salvo por dinero. Me sería muy útil saber si su posición pudiera confirmar mi teoría. Creo que estamos en el pasado. Creo que el planeta se derrumba por nuestra culpa y por el mensaje que enviamos… Ahora que lo pienso mejor, ¿por qué el gobierno quiso colonizar este planeta? ¿Para qué enviaron colonos cuando no había nada? Ni siquiera tenía oro o plata o cualquier material valioso. Era sólo una cascarón vacío. Algo tuvo que llamarles la atención.
Nuestro mensaje. Es extraño pensar que estamos en un círculo vicioso. ¿Estaríamos aquí si no lo hubiésemos mandado?
Fin de la bitácora.
Llegué a la ciudad. Solo. En el camino mi vecino (nunca supe su nombre) se cayó al suelo luego de su confesión:
– No puedo más. Tengo que decírselo a alguien.
– Estamos cerca. No me jodas con estupideces.
– Soy alcohólico.
Y mientras pensaba “no me digas” escuché su cuerpo golpeando sécamente contra el suelo. Ahora extraño su compañía… Era divertido burlarme de él.
Nadie en la ciudad, al menos, nadie con vida. El cielo está amarillo, creo que éste es el fin. Buscaré un lugar fresco para descansar. Espero que quede alguno.
Fin de la bitácora.
Se alejó de la ciudad, haciéndole frente a las corrientes de viento y polvo que ensuciaban sus ojos. Ya casi no veía ni sentía las quemaduras en su piel por los rayos del Sol. El mundo se volvía cada vez más parecido a aquél que lo había invitado a pasar el resto de su vida, una nueva vida simple, lejos de los problemas de Marte.
La noche congeló sus heridas, sus piés no avanzaron más y cayó de bruces sobre el suelo gris y rocoso. Lo estaba esperando. Se dio la vuelta, de espalda miró las estrellas que quedaban y con un esfuerzo tremendo levantó su mano para ver la hora.
– Al final, mi vecino tenía razón. Te veré pronto, abuelo.
FIN.