Uno de nosotros - Parte II

Por Ariel Gerardo Ríos / 2020-03-15 01:32:00 -0300 Arte de artstation.com/sergey_vasnev ficción terror

Esta historia empieza en Parte I.


Empezaron la jornada cuando el aire cambió su color del negro al gris oscuro. Luego de comer un poco reiniciaron su marcha en la ruta.

El camino se estiraba hasta el horizonte frente a ellos y por detrás. El andar del viejo era lento y pesado, pero constante; el niño era más ágil y lo usaba como eje para ir y venir, pero no demasiado lejos: eran las reglas que te mantenían con vida. Los animales que habían sobrevivido habían cambiado también y ya ninguno era inofensivo. Todo era causa de este cambio en la atmósfera, algo en la cantidad de nitrógeno en el aire… Al viejo le daba culpa no haber entendido bien qué había sucedido; nunca había sido amigo de la ciencia. Si la Historia dependía de él ahora, iba a haber un hueco importante.

Se detuvieron a media mañana bajo un grupo de árboles grises algo retorcidos. Mientras el viejo sacaba los binoculares y miraba hacia atrás en el camino, el niño se entretenía tirando piedras a las ramas del árbol que arrojaban unas hojas blancas, casi transparentes y resecas. Pero el árbol no estaba muerto, sólo había cambiado su función: se adaptaron como los hombres que habían cambiado para volverse locos cuando el mundo cambió.

– ¿Hay alguien?

– No, nadie, pequeño.

Pero lo que había y vigilaba era una columna de humo que se levantaba a un día de distancia. La vió por primera vez hacía una semana y luego todos los días. Temía que no fuera sólo casualidad; siempre tenía la misma distancia. Hacía años que no veían un alma más que ellos mismos y habían esquivado los pueblos lo más que podían, pero a veces tenían que atravesarlos. Temía que hubiesen arrastrado consigo algo de la última urbe.

Miró al chico para no alejarle la vista mucho tiempo y luego volvió a ver por el aparato: una imagen fugaz de un rostro ahuesado casi blanco, a un palmo de distancia lo asustó e hizo unos pasos para atrás para controlarse, como si la imagen lo hubiese empujado. Volvió a ver y ya no estaba, sólo la señal de humo en la lejanía. Sentió el corazón saltándole en el pecho como en los peores momentos y se apuró a tomar al niño por la mano. Retomaron el camino a paso acelerado, tirándole con fuerza del brazo.

– ¿Qué sucede?

– ¿Te cuento otra tontería? –le decía para esconder su nerviosismo– La gente de antes se sentía sola aunque estuviesen rodeados de otras personas y no sabían cómo hablarse uno con el otro.

– ¿Y si querían darse un abrazo?

– Todos querían, pero les daba vergüenza decirlo.

– A mí no me da vergüenza.

No se nombraban así mismos por su nombre: no había nadie más a quién hablarle. Los nombres pasaron a un segundo plano en el mismo momento que empezaron el viaje.

Se alejaron lo más que pudieron de ese fantasma. Caminaron todo el día en silencio con la columna de humo, apenas perceptible atrás de ellos, saludándolos a la distancia.

CONTINÚA en Parte III.