Uno de nosotros - Parte IV

Por Ariel Gerardo Ríos / 2020-03-15 01:32:00 -0300 Arte de artstation.com/sergey_vasnev ficción terror

Esta historia empieza por acá:


Despertó del susto y se paró en un segundo por instinto sin entender qué estaba pasando. El niño estaba despierto y sentado, apoyado sobre uno de sus brazos; veía hacia un punto afuera de la burbuja de luz que ofrecía el fuego, que se estaba apagando. Su mente rápidamente le dijo que eso era malo.

– ¿Quién es? –dijo el niño otra vez.

– ¿Qué sucede? ¿Qué escuchaste?

– Pasos. Uno, dos y tres, luego se detuvieron. Creí que eras vos, luego te vi acostado. –se giró para mirarlo– ¿Será gente de antes?

El niño siempre hacía la misma pregunta y el viejo siempre esperaba que no. Siempre era un animal pequeño que se alejaba despavorida luego de rezar una plegaria pero esa noche lo tomaron desprevenido. Buscó en sus bolsillos la única arma que tenía consigo, pero el crucifijo no apareció. Rápidamente tomó dos maderas y las puso en cruz apuntando en la negrura. Escuchó pasos que se acercaban lentamente en su dirección y el sudor comenzó a brotar de su frente.

Apareció la forma de un hombre, con las manos en alto, caminando tranquilo. Se detuvo a no mucha distancia, formando un triángulo con el niño y el viejo. La barba larga no tapaba los dientes marrones que mostraba su sonrisa, su rostro era blanco a la luz tenue del improvisado campamento. Los huesos de sus mejillas afilaban su rostro, pero no tenía los ojos oscuros, sólo una calma que no parecía propia de este nuevo mundo. El fuego se interponía entre los tres. El hombre estaba allí sin más, en silencio, con las manos en alto, sus ojos saltaban del viejo al niño y de vuelta.

– ¿Puedo acercarme al calor? –dijo luego de unos momentos. El viejo lo apuntaba aún con la cruz y movía los labios murmurando algo por lo bajo pero muy decidido. Su respiración era pesada, hacía bajar y subir su pecho.

El hombre, al no recibir respuesta, llenó el vacío con una extraña risa… empezaba de forma sutil y sonaba como si tuviera flemas en la garganta. Parecía que su garganta se lastimaba cada vez que forzaba a salir el aire de esa manera.

– Jjjjjajajajjj… Sólo quiero el calor. Si quisiera ser un cadáver, me habría quedado en el agujero donde estaba.

El viejo apoyó su mano en el hombro del niño y se agachó lentamente, sin sacarle los ojos al hombre. La cruz había quedado arrojada en el suelo.

CONTINÚA en Parte V.