Caminamos hasta la esquina de la mano. No estaba muy lejos y desde ahí se veía la pared de árboles que acompaña la ruta. Mantuvimos el silencio imperturbado por un momento y nos miramos en la pequeña distancia que nos separaba.
– Desde acá se verá mejor.
– Nunca pensé en qué decir en mi último día. Pero sí se que siempre quise pasarlo con vos.
El viento y la brisa que soplaba en nuestros oídos nos hizo callarnos otra vez. Ya todos se habían ido, nadie quedaba alrededor… Nosotros elegimos quedarnos.
– Van a estar bien –dije contestando a una pregunta que nadie había hecho.
– Nosotros estaremos mejor. No hay más que podamos hacer.
Apreté su mano con más fuerza y acerqué su cuerpo hacia el mío. Todavía era de noche. La abracé para tenerla aún más conmigo y volvimos al silencio para llorar abrazados. No hubieron más palabras.
Alcanzamos a ver el cielo iluminarse. Las explosiones nucleares crearon un amanecer nuevo en segundos.